Muchos mexicanos ignoran que al norte del estado de Coahuila habitan desde 1852 los kikapúes, indígenas originarios de Wisconsin que emigraron al sur huyendo de los conflictos bélicos que afligían la zona a causa de las expediciones colonizadoras europeas. A tres horas de Saltillo, si se viaja en automóvil, y a 130 km aproximadamente de la frontera con Estados Unidos, se localiza la zona llamada El Nacimiento, en el valle de Santa Rosa, formando parte de la cuenca hidrográfica del río Sabinas. En estos terrenos de unas 7 mil hectáreas, los indios kikapúes han luchado celosamente por preservar sus antiguas tradiciones y costumbres durante más de un siglo, con la determinación de mantener su identidad a toda costa. Para comprender las razones por las que los kikapúes viven tan lejos de su lugar de origen es necesario remontarse al pasado. En 1654, cuando los franceses exploraban el estado de Wisconsin con miras a colonizar la zona se encontraron a un grupo de kikapúes establecidos en refugios en Menomini y Winnebago. Aunque en un principio se mostraron renuentes a entablar relaciones con los colonizadores, incluso lucharon contra los franceses para repeler la invasión de sus territorios, con el tiempo llegaron a un acuerdo de alianza. De esta manera, cuando los ingleses, entre 1735 y 1736, trataron de quitar tierras a los franceses, los kikapúes mantuvieron su lealtad a sus aliados.
Con el Tratado de París en 1763, la derrota francesa transfirió a los ingleses el título de Canadá, la tierra de la Nueva Francia y el este del río Mississipi. Resentidos por este acontecimiento, los kikapúes no aceptaron a los ingleses, pero años más tarde, cuando los estadounidenses trataron de invadir su territorio, se aliaron con los británicos. En el año 1800, diversas tribus que vivían en esa zona del país vecino emigraron al sur y se establecieron en la ribera del río Sabinas. Posteriormente, debido a las invasiones y persecuciones de que eran objeto por parte de los colonos estadounidenses, solicitaron a las autoridades mexicanas ser reubicados.
En aquel entonces, el general Guadalupe Victoria, primer presidente de la República Mexicana, les concedió tierras en Texas. Como es sabido, a causa de la guerra de 1847, este territorio pasó a formar parte de los Estados Unidos; por tanto, en 1850, los kikapués solicitaron nuevamente al presidente mexicano, José Joaquín de Herrera, les diera asilo en México. Dos años después les donaron los terrenos de El Nacimiento en el municipio de Múzquiz; región donde han vivido hasta nuestros días. El clima semidesértico que predomina en este lugar, con temperaturas de más de 40°C en verano y de cero centígrados en invierno, y los escasos recursos naturales de que disponen son los dos factores que han determinado la vida de los kikapúes, quienes, hasta principio de este siglo, fueron un grupo eminentemente cazador y recolector, pero al disminuir la fauna de la región se vieron obligados a desarrollar actividades agrícolas; es decir, a cultivar pequeñas parcelas con maíz, frijol y calabaza.
Actualmente, su principal fuente de ingresos es el trabajo migratorio. A partir de 1952, año en que las autoridades estadounidenses les concedieron tarjetas de inmigración, los kikapúes, salvo los ancianos, las mujeres y los niños, se trasladan a diversos lugares de los Estados Unidos para trabajar en las cosechas de legumbres. Estas labores las realizan generalmente de cinco a siete meses al año (de abril a octubre), y es la base de la economía indígena. Sus ingresos se complementan con el trueque de pieles por alimentos; con el comercio de trigo, avena, maíz, frijol y calabazas, cuando las lluvias han sido abundantes y permiten la irrigación; la venta de chile piquín que las mujeres y los niños cosechan durante el otoño, o bien con el comercio de artesanías. De esta manera, la economía de los kikapúes es superior a la de muchos grupos indígenas nacionales. El campamento kikapú llama la atención por las casas de carrizo de techo elíptico, que ellos llaman casa india, al lado de jacales similares a las viviendas de la región, que denominan casa mexicana. Según los cambios de clima, la casa india se construye dos veces al año. La casa de verano, ocupada en marzo después de las ceremonias de Año Nuevo, tiene forma rectangular, está levantada sobre un armazón de troncos verticales y consta de dos partes: la casa, propiamente dicha, y un anexo. Las paredes son de carrizo y dejan libre un espacio que hace las veces de puerta, donde cuelgan una cortina. El techo, que cubre la casa y el anexo, es de tule, o también lo elaboran con varias esteras o petates sobrepuestos, que se afianzan con varas flexibles, cruzadas de un extremo a otro, a lo largo y a lo ancho de la construcción. Para dormir, dentro de la casa, utilizan algo similar a las literas, construidas de vara sobre las que se coloca un colchón y un mosquitero llamado escudo.
La casa de invierno, en cambio, es de forma elíptica, construida con un armazón de tule que no permite el paso del frío. La parte central del techo tiene una abertura con el propósito de dejar salir el humo del "fuego sagrado", el que se coloca en medio de la habitación. Por su parte, la casa mexicana, construida con tabique, tiene características similares a las viviendas urbanas de la región. Cuenta con agua, electricidad, televisión y otros aparatos modernos de los que carece la casa india, y la emplean para cocinar. Asimismo es posible observar otro tipo de construcciones de muy reducidas dimensiones y pobre apariencia, en comparación con el resto de las viviendas. El techo elíptico está cubierto de cartón y plástico para impedir el paso del frío y la puerta es de madera. Esta pequeña casa sirve de albergue a las mujeres cuyo estado, de alumbramiento o menstruación, las obliga -según las creencias kikapúes- a permanecer lejos de su casa habitual.
Además, existen numerosas costumbres y tabúes en torno a las viviendas. Por ejemplo, antes de empezar a construir una casa se lleva a cabo una ceremonia especial, y ésta debe fabricarse con material virgen. La casa es de la mujer, pero una mujer adulta necesita el consentimiento del jefe para poseerla o construirla. El terreno pertenece a la comunidad, por ello, si la casa no recibe el cuidado adecuado de sus moradores, el terreno se le asigna a otra familia. Los padres duermen al lado izquierdo de la puerta, mientras que los niños y otros miembros de la familia del lado derecho, y los hijos pequeños a los pies de los padres. Nadie puede comer en el lado oeste de la casa, ya que ese lugar está destinado a los espíritus. Tampoco está permitido cepillarse el cabello, cortarse las uñas o rasurarse dentro de la casa.
Está prohibido brincar encima del fuego, pues existe la creencia de que las mujeres pueden sangrar hasta morir en su próxima menstruación. No se pueden realizar trabajos de madera y plata dentro de la casa, en particular los que pertenecen a juegos ceremoniales. Dentro de todo el compuesto hay, aproximadamente, 83 viviendas habitadas por 400 personas y el terreno de la comunidad cuenta con 6 493 ha, usadas para pastar. No disponen de servicios como escuelas, correo, tiendas, policía o transporte público; tampoco pagan impuestos al gobierno mexicano.
Los aparatos modernos que es común encontrar en el campamento son: televisores, máquinas de coser, linternas, radios de baterías, estufas de gas butano y camionetas pickup. Entre ellos, poseer una pickup es la mayor ambición de un kikapú, lo que no es difícil, ya que las adquieren los Estados Unidos con el fruto de su trabajo. Lo que les ha permitido conservar sus tradiciones e idiosincrasia ante la modernidad y el paso del tiempo es que siempre han sido un grupo muy independiente, celoso de sus tradiciones y costumbres. Su organización política gira en torno a un jefe o capitán, que asume a la vez el puesto de sumo sacerdote; esto significa que tiene poder civil y religioso.
Entre las funciones que desempeña están las de dirigir las ceremonias, efectuar bautizos, vigilar el mantenimiento de las costumbres, intervenir en los problemas que se suscitan dentro de la comunidad y representarla ante las autoridades gubernamentales. El capitán debe ser una persona de edad y experiencia, con amplio conocimiento de las prácticas religiosas y de una conducta irreprochable. En sus labores es auxiliado por cuatro consejeros, los cuales deben poseer las mismas características que él. También figura un comisario ejidal, encargado de intervenir en los asuntos relativos a la tenencia de la tierra. Los crímenes mayores como asesinato y robo los maneja la autoridad de Múzquiz. Su producción artesanal consiste en la elaboración de tehuas (mocasines) y mitazas (chaparreras) de piel de venado y tejido de chaquira.
El vestido tradicional se reserva para los ancianos y los jóvenes que participan en ceremonias religiosas, ya que, por lo general, visten ropa de tipo occidental. El sobrepeso y el cabello largo se consideran como signos de belleza en las mujeres. La práctica medicinal de los kikapúes, cuyos secretos guardan celosamente, está basada en el uso de plantas, oraciones y algunos productos animales y humanos. En cuanto a la educación, los padres hacen poco por la disciplina, pero enseñan a sus hijos los secretos de la cacería, la artesanía, la agricultura, las ceremonias y el mantenimiento comunal de carreteras y pozos. La madre proporciona abrigo para sus hijos, cocina, lava, cose, prepara las pieles, hace tehuas y enseña a sus hijas sus obligaciones como mujeres; asimismo, es ella quien asume el cuidado de los nietos.
Los niños aprenden practicando y observando; a la edad de cuatro años ya utilizan el arco y la flecha, y a los diez participan en las cacerías con rifle. Cuando una niña cumple diez años ya sabe cocinar, hacer pan, coser a mano, preparar las pieles, adornar tehuas, hacer canastas; y ayuda con los pequeños y en las cosechas. No existe una ceremonia formal de matrimonio, sino el anunciamiento, el cual sucede después de que el matrimonio se ha consumado y consiste en felicitar a la nueva pareja y darle regalos.
El abolengo en los kikapúes es diferente que en nuestra cultura. No utilizan apellidos; un padre pasa a su hijo únicamente su afiliación al clan. Cada persona tiene un nombre que corresponde a su clan y el epónimo de su tótem como: Búfalo corredor, Berry silvestre, Man parado, por mencionar algunos. El kikapú enfrenta la muerte con aceptación; cree que el Gran Espíritu lo puso en la Tierra y tiene el poder de llamarlo cuando le plazca. Piensa que su vida en el más allá estará entretenida con sus juegos, danzas y cacerías favoritas y, de no gustarle, puede pedir permiso para regresar a este mundo entre dos y cuatro veces, en el cuerpo de un recién nacido. La religión es la principal fuerza integradora de la sociedad kikapú.
Creen que todo en este mundo tiene espíritu, vida y poder. Como cabeza de este orden está Kitzihiat, el Gran Espíritu, quien creó todo menos el mundo, el cual fue creado por Wisaka. Él taimen les dio las reglas que deben seguir: no cometer suicidio, no matar a otro kikapú ni a un indio de otra nación ni a un mexicano, no fallar al cumplir sus obligaciones ceremoniales, no beber en exceso, no robar, no cometer adulterio, no mentir, no acumular riqueza, no participar en brujería y no hacer rumores de cosas malignas. Ellos no creen en el infierno, sólo en el cielo. La lucha, siempre presente, por mantener un estado de armonía con todo y con todos, ha sido tal vez el principal secreto para que hayan logrado conservar su identidad ante el paso del tiempo.
Fuente: México desconocido No. 245 / julio 1997